lunes, 7 de marzo de 2016

Vocación sacerdotal.

La vocación sacerdotal es una llamada de Dios y no una iniciativa de los hombres, necesita de la respuesta permanente en un diálogo de aceptación, en un crecer constantemente, con las crisis y éxitos propios de todo crecer humano.
Jesucristo sigue llamando y enviando a algunos hombres para seguirle de una manera más radical y hacerles "pescadores de hombres" (Mt. 4,19). Continúa repitiendo a través de la Iglesia, "Como el Padre me envió, así los envío yo a vosotros".
El sacerdote es enviado por Jesucristo y no es elegido por el pueblo. Su sacerdocio es una misión y un servicio que le lleva a realizar la voluntad de quien le envía y no hacer su propia voluntad; es dar la vida por las ovejas, como el Buen Pastor, completando en su propio cuerpo lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, ofreciéndose voluntariamente.
Como Cristo deberá decir "He aquí Padre que he venido para hacer tu voluntad" (Heb. 10,7).
El sacerdote es un enviado al servicio del reino de Dios y en colaboración con la Iglesia entera. Es colaborador del Obispo de quien su misión es imposible separar. La misión sacerdotal cumple la triple tarea de ser profeta, sacerdote y pastor. El ministerio sacerdotal es ministerio de la Palabra y de los Sacramentos y de conducción del pueblo cristiano. La Eucaristía es el eje y el centro de todo su ministerio.
El sacerdote, servidor de la fe y testigo del amor de Cristo entre los hombres, como lo expresa Juan Pablo II, está al servicio de las comunidades cristianas.
El profeta, el sacerdote y el pastor se encuentran encarnados en hombres concretos que deberán realizar esta triple misión en forma armoniosa y complementaria a todo el servicio de la Evangelización, la gran prioridad de la Iglesia. Evangelizar para el sacerdote, significa entregar la Palabra de Dios, la Eucaristía, el perdón de los pecados, en una línea pastoral que forma personas y comunidades al servicio del Pueblo de Dios. Vive su consagración de una forma exclusiva por medio del Celibato, el cual le garantiza tener un corazón indiviso, sólo para Dios. Se une a Él por medio de la oración continua, y se acoge a la Madre de Dios para que le ayude en la vivencia de su vocación.
Ser sacerdote no es una profesión que se realiza por horas o por turnos. Es una vocación recibida por Dios que exige la vida enteramente entregada al servicio sacerdotal.

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